La historia de los “Ojos de Santa Lucía”
Es lógico que una ciudad como Monterrey sea muy distinta a lo que fue hace siglos. Tras el proceso de crecimiento de la Sultana del Norte, múltiples aspectos y características fueron destruidos o quedaron ocultos bajo el asfalto y los nuevos edificios, esta suerte corrieron los “Ojos de Santa Lucía”.
Cuando escuchamos sobre el río Santa Lucía de inmediato nos viene a la mente el Paseo localizado entre el Museo de Historia Mexicana y el Parque Fundidora, en el cual se puede realizar un paseo en lancha o a pie por los corredores laterales y puentes.
Sin embargo, el verdadero río Santa Lucía surge justo en el centro de la ciudad, en el ojo de agua que se encontraba en donde actualmente está el Obelisco de Juan Ignacio Ramón, a escasos metros de la avenida Cuauhtémoc, lugar de la primera Fundación de Monterrey.
Los registros históricos indican que el caudal del río corría de poniente a oriente sobre J. I. Ramón y se alimentaba además del agua surgida de otros dos veneros, el ojo de agua de El Roble y el de Agua Grande.
La corriente desembocaba en donde actualmente se encuentra el Paseo Santa Lucía continuando su paso hacia el oriente.
Se dice que la panorámica era en verdad espectacular, puesto que el agua era completamente cristalina y los alrededores estaban llenos de árboles y flora diversa.
Asimismo, se tiene registro que había una gran cantidad de especies de peces, lo cual favorecía la alimentación de la población del Monterrey Antiguo.
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Con la llegada del siglo XIX las cosas cambiaron y es que el Gobierno del Estado tuvo que tomar acciones para contrarrestar las epidemias que se volvieron recurrentes en ese entonces, tales como la fiebre amarilla y cólera.
Una de estas acciones llegó por iniciativa del Dr. Gonzalitos, quien señaló que los pantanos que se generaban por el desbordamiento del río Santa Lucía contribuían a estas epidemias y condiciones de insalubridad, por lo que se procedió a la canalización del cauce.
Asimismo, en 1886 se realizó la construcción del Puente Juárez, el cual se ubicaba en la actual calle Zaragoza, entre Juan Ignacio Ramón y Allende, para favorecer el paso de los habitantes de la ciudad.
De esta manera se le cambió la cara los Ojos de agua y río regiomontanos.
No sólo eso, este paraje se explotó turísticamente con la creación de un balneario y “baños”, a los cuales acudía cierto sector de la población de Monterrey y turistas nacionales y de Estados Unidos.
Ya con la llegada del siglo XX, Monterrey tuvo un crecimiento industrial y comercial notable, lo que originó que la ciudad se tuviera que adaptar a la transición, ante ello se crearon grandes avenidas y calles para poder favorecer la vialidad.
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Así, los ojos de agua y el riachuelo fueron cubiertos por el asfalto, aunque los manantiales continúan lanzando el vital líquido.
Incluso con las obras de la Línea 3 del Metro se comprobó que los manantiales siguen vivos y se pudieron descubrir algunos tramos del antiguo canalón.
¿A poco no sería interesante poder viajar el pasado y ver cómo era nuestro Monterrey hace siglos?